martes, 12 de diciembre de 2017

LA ROPA DE INVIERNO



Esta tarde me tocaba escribir una columna, así que me he puesto a sacar la ropa de invierno.  No sé qué me pasa que cada vez que tengo que escribir algo me entran unas ganas grandísimas de hacer tareas domésticas. Eso es tan sorprendente en mí, que pienso que debe haber algún mecanismo subconsciente que lo motive, porque, la verdad verdadera, no hay nada que aborrezca mas en este mundo que liarme con las tareas domésticas. Vaya, que no soy lo que se dice la Reina del Hogar. Más bien una prima tercera, de la rama pobre. Y sin embargo esta tarde he cargado con la escalerilla hasta la planta de arriba, me he encaramado cual trapecista y me he liado a sacar bolsas de plástico llenas de ropa, arrugada, mayormente. He sacado la mía y la de M., -por ahora M. seguirá siendo M. porque está empeñado en vivir en el anonimato. Creo que piensa que así tiene una vida más emocionante. En fin… - y me he liado a apilarla en montones sobre la cama. Entonces he descubierto varias cosas;

Cosa 1.- Que mi montón es tres veces más grande que el de M.

Cosa 2.- Que el montón de M. incluye cosas que pocos mendigos estarían dispuestos a ponerse. Cuando por casualidad aparece algo que el mendigo en cuestión sí que estaría dispuesto a ponerse, entonces es J. el que no se la pone jamás de los jamases. La guarda en una esquina del armario, por si le invitan a una boda o algo, y puede por fin estrenar ese jersey que le gusta.

Lástima que a las bodas haya que ir de traje.

El problema se soluciona esperando que el jersey alcance el grado de vejez y antigüedad suficiente, hasta convertirse en apto para su uso. Así que verdaderamente no hay que preocuparse, porque un problema que tiene solución no es un auténtico problema.

Cosa 3.- Que mi montón incluye ropa que todas las mendigas se darían tortas por ponerse, mayormente de marca. No sólo las mendigas, muchas de mis vecinas y amigas estarían encantadas de ponerse la ropa que ocupa gran parte de mi montón, si tuvieran una talla 40 y pudieran embutirse dentro. El problema de mis amigas y vecinas es que no tienen una talla 40, y las mendigas tampoco (creo; la verdad es que no conozco muchas). Y mi problema es que yo tampoco la tengo. De hecho tengo una 42 larguilla (que es como decir que si no respiro tengo la 42 y si respiro la 44). Pero es que la ropa de mi montón de la talla 40 es tan absolutamente bonita, y cara, que no me decido a darla a alguna asociación benéfica, de esas que las vende a mujeres que sí que tienen la talla 40. A las que odio profundamente. La guardo para cuando adelgace, que va a ser ya, pero ya mismo.

El caso es que rebuscando, han aparecido algunas prendas de la talla 42, e incluso de la 44 (aunque el 44 viene escrito muy pequeño, creo que para que se note menos). Esas las he separado en un montón aparte y he comprobado que quepo dentro. Eso me ha animado bastante, aunque he podido sacar varias conclusiones;

Conclusión 1.- El montón de la ropa de talla 40 es grande, e incluye, como ya he dicho, ropa bonita y cara, aunque un pelín pasada de moda. Pero como es buena se le perdona.

Conclusión 2.- El montón de la talla 42/44 es mucho más pequeño e incluye ropa a la moda, pero más barata y de peor calidad. Vaya, que empecé en Adolfo Domínguez y he acabado en Zara.

Conclusión 3.- Mierda de Crisis.

Llegado a este punto estaba absolutamente desanimada, así que he dejado las pilas de ropa encima de la cama, tal cual, y he decidido darme un descanso.  Para recobrar la moral. He bajado al salón, he encendido la tele, que eso anima mucho, y me he liquidado dos Alhambra Especial bien frías, tirando a heladas, con sus correspondientes patatas fritas y aceitunas. Y es que en mi casa solo hay hombres (y yo, claro), están mis dos chicos y R. , así que la ropa no es una cosa que preocupe mucho, en cambio la temperatura de la cerveza es un asunto de estado, que merece largas y profundas reflexiones.

Además me he leído dos capítulos de la novela que llevo ahora para delante, que está genial, y he alcanzado un estado de felicidad semejante al Nirvana, más allá de las preocupaciones frívolas de este mundo.

Lástima que la felicidad sólo dure lo que duran dos cervezas.

Lástima que enfrente de mi sofá esté la chimenea.

Lástima que en la repisa de la chimenea haya un reloj. Que funciona. Y que me mira, insistentemente, y de la manera más desagradable. Así que he tenido que salir zumbando escaleras arriba porque ya eran ¡las ocho!

De nuevo en el dormitorio he sacado la ropa de verano a toda velocidad de los cajones y la he metido en bolsas de plástico. Las mismas en las que estaba la de invierno. La he lanzado al altillo con un elegante juego de muñeca, haciendo canasta, por algo el altillo es mucho más ancho que las canastas normales. Siempre se acierta. Luego he cogido la ropa que había sobre la cama y la he embutido dentro de los cajones, procurando que no se arrugue mucho, sobre todo la mía. Total, a M. le da exactamente lo mismo. Si no la arrugo yo ahora la va a arrugar él mañana, así que mejor le ahorro el trabajo.

Y luego he bajado y me he puesto a escribir mi columna.

Como debe ser.

Aunque la verdad verdadera es que ahora mismo me voy a ir a ver qué hago de cena.





lunes, 20 de marzo de 2017

SOLO UN GATO



Sin duda él me eligió a mí, yo sólo me rendí. Cuando al fin le presté atención seguro que llevaba ya tiempo observándome. Alguna vez lo había visto deslizándose sigilosamente por el césped e intentando atrapar algún gorrión, que se burlaba de él desde lo alto de la pérgola. Pues bueno, y qué, un gato. Yo a lo mío. Tuvo que subirse al alfeizar y mirarme a través del cristal para que me fijara en él.

Luego vino el cortejo, tan accidentado como todos los cortejos. Yo corría tras él y le chillaba, le amenazaba con la escoba, si es que a Antonio no le gustan los gatos y a mí no me gustan las discusiones, pero me tenía calada, se subía a la valla de un salto y otra vez se paraba a mirarme con largos ojos de agua. Imperturbables.

A veces maullaba muy flojito, como un bebé.

Un día le puse un platito de leche, ahí morí, pero tenéis que entenderme, tan sola, sin hijos... Lo que provocó eso no quiero ni recordarlo. El día que se coló por la ventana mi matrimonio salió por la puerta. Y a mí, como que me dio igual. Todos me sermoneaban, ¿es que te has vuelto loca? ¿De verdad vas a perder a tu marido por un gato? Sin duda tenían razón, pero ¿cómo puedo yo querer a un hombre que me priva de mi único consuelo?  De repente ya Antonio era otra persona. Despiadado, cruel, sin sentimientos.

Ahora estamos los dos solos y nos entendemos sin palabras. No sé como lo hace, pero me parece que es él el que dirige esta relación.  Cuando Antonio llama al timbre se pone delante de la puerta y maúlla muy flojito y me mira, como diciendo, no le vayas a abrir.

Y yo me siento y el salta a mi regazo.


Y a veces, cuando le acaricio detrás de las orejas y se deja hacer ronroneando, me mira de una forma tan benévola que me entran ganas de bajar la cabeza y esperar a que me acaricie él a mí.  

QUESO



Queso. Groing, groing, huelo a queso. Miro. Un gato. Groing, groing, hay un gato. Ahí está, en medio de la cocina. Ese gato. Es nuevo, antes no estaba, el gato. La estúpida mujer. Ella lo trajo, la estúpida mujer. Puso el queso. En el suelo, junto a la pata de la mesa, queso delicioso. Cerca el gato, tumbado el gato, dormido el gato. Ratón listo, ratón no sale, la estúpida mujer.

Groing, groing, huelo a queso.

Groing. El queso. Queso delicioso. Groing. ¿Correré? Tonto ratón, saldrá el ratón, cogerá el queso, ¿correré? ¿Y el gato? ¿Más rápido, el gato? ¿Despierto, el gato?

Groing, groing. Estúpido gato.

Groing. Quiero queso. Queso, yo quiero queso. Miro, gato dormido. Salgo, corro, gato dormido. Estoy cerca. ¡Gato despierto, gato que abre un ojo!¡Gato que salta!

¡Hi, hi, hi!


¡Estúpido queso!

EL MENTIROSO



Estoy hecho un lío, no sé que voy a hacer, a las mujeres no hay quien las entienda. El caso es que estoy convencido de que no tiene razón, yo solo actué como hace ella siempre. Con la mejor intención. Tampoco es para cabrearse tanto.

 Cuando empezamos a salir yo no me aclaraba. Ella me gusta un montón, está buenísima, y es  alucinante, pero yo no comprendía nada de lo que pasaba por su cabeza. Si le preguntaba “¿Te vienes al cine el sábado, que tengo unas entradas?” Ella me respondía, “Uy, no sé, el sábado lo tengo muy ocupado”, y se reía. Entonces yo, tan normal, sin cabrearme ni nada, le respondía; “No te preocupes, no pasa nada, me voy con un amigo”. Civilizado ¿no? Pues ella iba y se ponía de morros y no me hablaba en una semana. ¿Pues no había dicho que no podía ir? Y al final resultaba que sí que quería ir y yo no me había enterado. Y así una vez, y otra. Yo estaba hecho polvo. Hasta que se lo conté a mi hermano Paco, que es un máquina en eso de ligar, y él se rió y me dijo que no hiciera caso, que las mujeres siempre lo decían todo al revés. Que si te dicen que no pero se están riendo, quiere decir que sí, que sí que quieren. En cambio si están enfadadas y con ojos que echan chispas es mejor mantenerse a distancia. Solo hay que fijarse en la cara que ponen.

Yo soy un tío muy simple, (tonto no, ¿eh?), así que a partir de ahí siempre hice lo contrario de lo que me decía. Por ejemplo, si me decía que no le podía dar un beso; “que no, que aquí no, que nos están mirando”, yo iba y se lo daba de todas maneras, y se ponía tan contenta, y de esa manera estábamos la mar de bien. Y así llevábamos unos seis meses. Todo iba perfecto hasta el otro día, hasta que ella me hizo la pregunta, y a mí me entraron ganas de salir corriendo, porque ahí había lío seguro. Y es que en ese momento no podía ir a buscar a mi hermano. Habíamos estado todo el fin de semana juntos, en su casa, porque sus padres estaban de viaje. Estudiando para el examen de latín, en teoría. El domingo por la noche al despedirnos me dijo muy bajito; “¿Pero tú me quieres?” Y yo me quedé parado y no supe qué decir. Y que no es que no la quiera, que creo yo que sí que la quiero, porque cuando paso unos días sin verla me entra como una angustia y un dolor muy raro en el pecho, parecido a la gripe pero distinto. En serio que me pongo malísimo, pero lo mismo se lo digo y le sienta mal. Así que me quedé callado, y vi que se estaba mosqueando.  Y al final pensé; pues hago lo mismo que hace ella y ya está. Así que le respondí “¿Yo a ti? Por supuesto que no, que no te quiero”. Y me reí.

Lo que hace ella siempre.

Creía que lo había hecho perfecto pero se ve que no, porque me soltó una ostia, incluso me tiró el diccionario de latín a la cabeza (la muy burra), y cerró la puerta de un portazo y ahora no hay manera de que me coja el teléfono. Ni lee los whatsapp ni el Facebook, ni nada de nada. Tengo un agobio que no veas.

Le he preguntado a Paco y me ha dicho que lo que tengo que hacer es escribirle una carta de amor, muy cursi, diciéndole que la quiero y todo eso. Que a las mujeres eso les encanta. ¿Pero no me dijo que hay que hacer siempre lo contrario? Tendré que decirle que no la quiero, ¿no?

Paco se ha reído de mí y me ha dicho que no tengo arreglo, que mejor que me cuelgue de un árbol y que le deje en paz. Y se ha ido y me ha dejado aquí tirado.

¿Y yo ahora que hago? ¿Le digo que la quiero o le digo que no la quiero?

Por favor, dime qué hago.

NOTA: Si me ayudas te regalo un antifaz del zorro.

Vera, 15 de marzo de 2017